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“Habiendo pasado tantos hombres por tu cuerpo sólo recordabas a uno”

Saliste a caminar angustiada.
Pretendías despejarte, olvidar, huir de las garras del clima que no ayudaba a mitigar el dolor. A cualquier lado donde miraras la cercanía agobiante de los edificios, las nubes bajas y la monotonía de la gente con frío te hacían añorar las caricias que en el pasado desdeñaste.
Necesitabas cariño sincero que contuviera los demonios, pero… ¿cómo confesarlo sin que ello significase testificar en tu contra?
No hallabas la fórmula para dejar atrás la mentira y mostrar la verdadera cara, esa que relegaste tras el velo de la impostura.
La confusión sujetaba fuerte tus pies atrayendo hacia el fondo de la oscuridad. Desde que ocurrió el incidente, y te adentraste en la profesión, comenzaste a sentir la falta de afecto, el abismo de la vergüenza, el silencio como acto defensivo, un abrazo que te protegiera del murmullo de la soledad.
Conociendo tu sensibilidad resulta inexplicable como ahuyentaste con discursos repelentes, en defensa de la dudosa necesidad de libertad, a todos los que se desvivían por verte feliz. Cansados de la desidia, aquellos que alguna vez hubieran matado por ser la causa de tus sonrisas te fueron abandonado, aunque orgullosa te empeñabas en afirmar lo contrario:
– Yo estoy sola porque quiero. Elijo estar sola. Necesito distancia, pensar. No toleraría a nadie al lado mío en este momento que me vigile y no me deje ser.
Pero… ¿qué es lo que querías ser en realidad? ¿Lo sabías? ¿Hacia dónde se dirigía tu Titanic? ¿Reflexionabas sobre la posibilidad del iceberg en el medio del camino?
– Estoy en una etapa especial de mi vida, de cambios, de introspección. No necesito a nadie que me marque el paso, que me esté encima todo el día. Necesito paz, pensar.

¿Paz? ¿Cómo era tu paz Morita? ¿Existió alguna vez la paz en tu vida? 


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