“Habiendo pasado tantos hombres por tu cuerpo sólo
recordabas a uno”
¿En dónde
estaba su pensamiento aquella madrugada? Refugiado, amotinado, rehusándose a
mirar alrededor, no se resignaba al presente tan acostumbrado que estaba a los
lujos del pasado.
Aunque su
reinado duró muchos años de a poco el cuerpo fue conspirando contra la nobleza.
La traición del calendario y los excesos dejaron rastros: ya sus pechos no eran
duros, podía maquillarlos haciéndolos parecer firmes con la ayuda de corpiños
pretenciosos, pero una vez que se desnudaban la fuerza de gravedad los
cacheteaba, provocando que el engaño perdiera validez; sus nalgas habían dejado
de lucir como una manzana y las caderas cometieron la impericia de ensancharse,
por no hablar de las arrugas que comenzaban a avanzar contra su piel.
La
madurez se hacía sentir. Sin bien llegó en muy buen estado eso no significaba
un consuelo para conservar a los amantes poderosos que buscaban mercadería
fresca y emigraron, con el paso del tiempo, en busca de la juventud que la
había abandonado.
Miró el
reloj; todavía le quedaban dos horas en esa prisión para que el acuerdo
expirara. Rogaba en silencio para que su capitalista de turno no despertara. Si
lograba pasar el tiempo sin tener que volver a tocarlo habría hecho un
excelente negocio. El mal trago duró apenas media hora. Un poco de charla, unas
caricias, luchar contra sus intentos por besarla en la boca, una corta
penetración, gritos de satisfacción, alabanzas a la hombría de quién la poseía
y asunto acabado. De inmediato él se durmió profundamente, y ella fingió dormir
también, extremó que no consiguió. La despabilaba el plástico que recubría el
colchón para evitar manchas indecorosas. Con aquella orquesta desafinada
sonando a cada movimiento no estaba acostumbrada a descansar.
Aún
conservaba las costumbres de la corte.
¿Cuándo
tomó consciencia de que la belleza la abandonaría? Mucho antes de lo que se
cree. Sin embargo nunca intentó paliar las consecuencias. Será que de joven uno
se imagina invulnerable y la vejez es un punto muy lejano, un mundo ajeno, más
si se tiene en cuenta que cuando miraba a sus amigas deteriorarse con el paso
del tiempo ella se sentía indemne, y los comentarios de los que la volvían a
ver después de unos años eran halagadores:
– ¿Ana, cómo hacés? Siempre estás igual.
No
contaba con una explicación lógica ni una receta. Desde que tenía memoria había sido hermosa sin hacer nada al respecto.
Era cierto. Por fuera estaba igual, pero por dentro los cimientos comenzaban a
derrumbarse.
Aunque
con menores beneficios todavía podía seguir explotando su cuerpo, pero con lo
que gastaba por día le resultaba imposible ahorrar para el futuro, y ya no se
divertía, las obligaciones empañaron los deseos de sonreír.
“¿Cómo será tu vejez? ¿Eternamente tendrás
que seguir trabajando? ¿Te venderás a jubilados por unas pocas monedas?”.
En medio del silencio onírico imaginaba una voz que le hablaba en tono reflexivo
tal cual lo hubiera hecho su padre de no estar tan lejos.
Nunca
había hecho otra cosa. No aprendió un oficio y su jactancia reía de no haber
lavado ni siquiera un plato. Mujer fina, caminaba en puntas de pie mirando al
cielo. Sus gestos y su nariz habían adquirido una postura que, para quien la
observara de lejos, su semblante era el de una persona percibiendo un mal olor
en el ambiente. Pero si alguien se tomaba el trabajo de no quitarle la vista de
encima por unos minutos repararía en la perpetuidad de aquella mueca en su
rostro.
De a
poco, a medida que pasaban los meses y la pendiente comenzó a cambiar de
posición, obligándola a subirla, la preocupación derivó en angustia. Su
teléfono no sonaba con tanta frecuencia. Dejaron de responderle los llamados
esos personajes que años atrás peleaban por su exclusividad. Ya no había
disputas a su alrededor. Los hombres que pagaban fortunas por su grata compañía
habían envejecido más que su figura, pero ellos conservaban intacto el poder,
abultada la billetera y aunque viejos no perdían las costumbres: sólo buscaban
jovencitas que no pasaran los treinta años y esos números hacía tiempo que la
habían olvidado.
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