Lamentabas
que el pasado siguiera carcomiendo tus cimientos. El rencor guardado se debía a
todo lo que te habían hecho sufrir, y cuando le diste una nueva oportunidad a
la confianza recibiste otro cachetazo, uno más en el mural que se abría espacio
a la fuerza entre los cientos que dejaron marcas en tu vida.
Es
verdad, no lo buscaste, obró la casualidad. Burlaste el candado que clausuraba
tu corazón, lo entregaste sin reparos y te lo devolvieron roto al primer
contratiempo: lo único logrado por los hombres en tu vida fue incentivar la venganza
que se resistía a dormir.
Lloraste
con la noticia del primer embarazo. Pudieron ser
lágrimas de felicidad o desesperación; el desconcierto llenó tu pequeño vaso al
ignorar al responsable de tal imprudencia. No estabas segura. No sabías quien
había introducido esa semilla que germinó imprudente en medio de las entrañas,
y si acaso llegabas a adivinarlo sería muy difícil anoticiarlo de las buenas
nuevas sin que riera mientras caminaba alejándose de los problemas.
Nadie te
tomaba en serio, no les importaban tus sentimientos. ¿Qué sentimientos?
Pensaban que una mujer de tu oficio no los tenía y siempre asumiría las
consecuencias de sus deslices, aunque las relaciones fueran extra laborales.
Puta se
es puta siempre, afirmaban, aunque no cobrara.
¿Cómo lo
elegiste? ¿Por obra del azar? Se podría decir que se había enamorado. Algo
misterioso lo atrapó. Tus constantes desapariciones no ayudaban sino que lo
obsesionaban a extremos peligrosos. Había caído en una especie de capricho por
domar tu personalidad, convertirse en amo y señor de una vida que no
comprendía. Nunca lo hizo, ni siquiera tuvo la menor sospecha de la furia que
guardabas.
Fue
distinto desde el primer servicio que le brindaste. Al contrario de lo que
usualmente sucedía él fue dispuesto a satisfacerte, manejándose con actitud
amable, gentil, simpática. Algo no andaba bien. No tuviste que esforzarte. Se
condujo como si fueras una conquista.
Te eligió
entre varias como siempre sucedía, estabas acostumbrada. Tus compañeras no eran
competencia. Señaló, arregló los números con el encargado, pagó la cuenta y lo
guiaste a una de las habitaciones. Siguió hipnotizado el meneo de tus caderas
por unas escaleras internas muy angostas.
¿Cómo no
volverse loco?
– Ponéte
cómodo. Sacáte la ropita, ahora vuelvo –. Lo dejaste solo en la habitación
junto con su impaciencia.
No
iniciaste la relación siendo muy dulce. Todas las indicaciones apuntaban a
liquidar el asunto. Estabas de mal humor ese día, hecho que ignoró, pareció no
importarle. Ibas decidida a hacerlo terminar rápido, pero algo sucedió que
trocó tus planes.
– ¿Estás
listo? – le preguntaste apenas regresaste a la habitación –. Acóstate –. Le
ordenaste, pero no lo hizo.
– ¿Puedo
jugar yo? ¿Te gusta que te den besos? –. Preguntó mientras te quitabas el
corpiño y liberabas de la opresión a tus pechos tan grandes y bien formados.
– ¿A mí?
¡Me encanta! –. Contestaste divertida de rodillas en la cama.
– Bueno,
entonces acostáte vos.
Una vez
desnudos se olvidó de que otros hombres habían pasado por el terreno y tomó el
control de la situación. Se irguió como un oso en posición de ataqué y se lanzó
desesperado. Con su lengua acarició todos los rincones de tu cuerpo.
No le
importó perder tiempo cuando se detuvo en tu pubis y se ensañó en darte besos
suaves en tu clítoris. Si a causa de tus expresiones le parecía que su trabajo
era bueno aumentaba la fuerza, metía su lengua más profundo, abría tus labios
con sus dedos, incorporaba su nariz, más dedos. Le gustaba verte disfrutar
aunque no sabía si tus gemidos eran reales. Nadie podía saberlo, y aún así
continuó incitando tu placer.
Cuando
emergió de entre tus piernas tuvo que limpiarse la mezcla de jugos y saliva que
tenía en su pera, su boca, sus orificios nasales; había buceado en tu mar
interior a la búsqueda de un tesoro. Increíble. No salías de tu asombro.
– ¡Ay! Me
mataste lindo. ¿Cómo hago para seguir trabajando después de esto?
– ¿Te
gustó? –. Preguntó agitado.
– Me
encantó gordo –. Aseguraste retomando el mando de la situación, con la
intención de devolverle el favor.
Una vez
que su turno expiró prometió regresar. Y lo hizo a los dos días sin cambiar,
empeñado en que la pasaras bien.
– ¿Otra
vez conmigo? Las otras chicas se van a enojar –. Hablabas con cierta malicia mientras
caminabas directo a las habitaciones sin esperarlo. Él ya sabía el camino.
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